Un juicio de divorcio lo único que pone a disposición de los ciudadanos es un ring de boxeo

El juez Pascual Ortuño aboga siempre por intentar la mediación: «Con probarlo, nada se pierde», asegura.

Si alguien que se encontrara en la tesitura de acudir a los tribunales le pidiera un consejo al juez José Pascual Ortuño, apelando a sus casi cuarenta años de experiencia judicial, este magistrado de la Audiencia de Barcelona le diría, sin duda alguna, que apartase de su mente esa idea. «Al menos que se lo pensase muy bien: presentar una demanda en un juzgado es una declaración formal de guerra». Lo dice alguien que cree firmemente en el diálogo y la concordia, y en que muchas veces es posible una justicia sin jueces, porque hay mecanismos de resolución de conflictos que son menos agresivos o litigantes, y que se basan en la cordialidad y el respeto. «Incluso para casos que parecían irresolubles».

Eso es lo que Ortuño ha tratado de plasmar en su último libro: «Justicia sin jueces», donde aboga por la mediación y otro tipo de modelos alternativos que pueden llevar a los interesados a una resultado mejor que un largo y desgastante proceso en el juzgado. Palabra de juez.

– ¿Está usted seguro de que en muchos casos se puede resolver sin demanda de por medio?

– En un gran número de casos, las discrepancias pueden ser solucionadas de forma satisfactoria mediante el diálogo realizado a través de métodos alternativos. Sin embargo, la forma tradicional del juicio para lograr una sentencia lo único que pone a disposición de los ciudadanos es un ring de boxeo, o una cancha de competición, para que puedan disputar el triunfo o la derrota sin tener en cuenta que ambos son dolorosos y que, al final, con los procesos judiciales, las relaciones personales quedan rotas para siempre. De hecho, desde la psicología jurídica, se señala un momento durante el proceso en el que los ciudadanos dudan de si pleitear fue la mejor opción.

– El uso de otros métodos alternativos al juicio, ¿lo recomendaría incluso para los casos donde el conflicto tiene una gran complejidad?

– Sí, siempre que sea prioritario para las dos partes mantener, de alguna manera, las relaciones personales. Hasta en las guerras más empecinadas hay oportunidades para negociar la paz.

– Usted señala también el gran desconocimiento de los métodos alternativos a la demanda. ¿Cuál es el más indicado para una pareja rota?

– La mediación. Es un instrumento valiosísimo para superar el trauma psicológico de la ruptura matrimonial o de la relación de pareja cuando la decisión de separarse no es por iniciativa común. Es un buen método de ayuda, además, para que ambos progenitores decidan y organicen el futuro de los hijos que es consecuencia del divorcio, o de las responsabilidades parentales en casos de reclamación de filiación.

La casuística de la mediación familiar es extensible también a la hora de garantizar las relaciones entre abuelos y nietos, en los casos de discrepancias en el ejercicio de la patria potestad sobre los hijos menores, en la toma de decisiones sobre colegios, actividades formativas, deportivas o excursiones… También en lo que respecta a tratamientos médicos o quirúrgicos, participación en actos religiosos, viajes o administración de bienes y necesidades de los hijos, entre otros casos.

– Usted insiste en la mediación con esta frase: «con probarlo, nada se pierde».

– Este eslogan: «con probarlo, nada se pierde», transmite uno de los criterios más convincentes para intentar una mediación. A diferencia de la demanda ante los juzgados, de la que es muy difícil la vuelta atrás, la mediación es voluntaria en cuanto a su inicio y respecto a su desarrollo posterior. Es decir, que si no se ve su utilidad o se llega a la convicción de que no va a haber un acuerdo en un tiempo razonable, cualquiera de los participantes puede levantarse de la mesa de negociación (sin dar explicación) y ejercer sus derechos judicialmente.

– ¿Cuándo no está recomendado acudir a mediación?

– La única circunstancia por la que se debe rechazar la mediación es cuando existen coacciones o amenazas. En la mediación se exige un mínimo respeto recíproco entre las dos partes. La violencia o la humillación ejercida contra una persona también excluyen la posibilidad de aceptar o promover una mediación.

– En ese sentido usted también recalca que una característica de la mediación es que debe ser totalmente voluntaria.

– Sí, nunca es obligatorio acudir ni seguir en el proceso ni, mucho menos, llegar a un acuerdo que no se desee, pero es importante haber dado la oportunidad de hacerlo. En mi opinión, el choque de trenes, la lucha o el enfrentamiento ante el tribunal es signo de cerrazón mental y de poca visión práctica ante la vida.

– A pesar de que su utilidad está acreditada y ha sido contrastada… ¿por qué cree que no acaba de cuajar la mediación en España?

– En algunos casos se debe al propio déficit de comprensión de los propios jueces, o de los abogados, cuya percepción negativa es debida al temor de perder volumen de negocio… En otras, a la suspicacia que genera oír hablar de técnicas de «pacificación de conflictos» en países de honda tradición litigiosa como este. La mentalidad competitiva del vencer y ganar es un lastre importante que frena el desarrollo de la mediación, que supone todo lo contrario: ponerse en los zapatos del otro. Pero el impulso de los organismos internacionales para que se incluya la mediación en los sistemas de justicia está haciendo cambiar la mentalidad. Cada vez hay más instituciones tanto públicas como privadas que ofrecen una mediación de calidad.

– Para usted, ¿cuál es el gran logro de la mediación?

– Cuando se alcanza un acuerdo, el gran logro es que las dos partes adquieren conciencia de que han logrado superar el problema que las enfrentaba de forma positiva y beneficiosa para ambas. Se habla del objetivo ganar-ganar («win-win»). Los acuerdos, además, se cumplen voluntariamente. Y un acuerdo de mediación puede tener la misma eficacia que una sentencia firme dictada por un juez.

– ¿Nunca es tarde para la mediación?

– Siempre es preferible la utilización de la mediación antes de que se judicialicen los conflictos por la vía contenciosa, pero también puede ser un excelente instrumento en la fase de ejecución de las sentencias. Ocurre que, en ocasiones no se recurrió a la mediación porque inicialmente los sentimientos de rencor lo impidieron -y ahora, con el tiempo, se han mitigado y sí que es posible- o, simplemente, porque entonces nadie lo aconsejó. Todo el mundo sabe que una sentencia no soluciona los problemas. A veces los agrava y siguen creciendo como un tumor.
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